martes, 31 de enero de 2012

Lo peor está por venir

Excelente reportaje que explica cómo hemos llegado a la situación en la que nos encontramos, cómo estamos intentado salir de la crisis financiera inflando otra nueva burbuja, la burbuja del rescate, de dimensiones descomunales y cómo lo peor está por venir.

viernes, 27 de enero de 2012

Ciudadano Camps

   No me gusta el Camps en apuros que se protege envolviéndose en la bandera valenciana. La identificación del líder con el pueblo mismo es propio de otros regímenes. Tampoco me gustan sus amiguitos del alma, y menos aún el coqueteo que mantuvo con ellos mientras las puertas de la Generalitat se abrían para sus negocios turbios. En Camps siempre reconoceré el gesto de integridad que demostró al sacrificar su presidencia por la defensa de su dignidad. Esbozo de grandeza en estos míseros tiempos de apego al poder. No es creíble, nunca lo fue, que todo un presidente de una comunidad grande y rica se dejara sobornar por tres trajes y luego renunciase al cargo en el que podía permanecer reconociendo un delito menor que ni siquiera conlleva la inhabilitación. Muchos le aconsejaron la solución fácil de salvar su presidencia y su carrera política así, pagando una pequeña multa para pasar página. Camps rechazó la componenda, se armó de coraje y con posturas y frases a veces desafortunados optó por reivindicar su inocencia hasta el final. Rasgo de valor cargado de riesgos porque el proceso venía viciado: le correspondía demostrar que había pagado los trajes en vez de a la acusación probar que no lo había hecho. Y un jurado popular, siempre más poroso a la emotividad que a la objetividad jurídica, emitiría veredicto. Camps ha sido declarado inocente tras un juicio con todas las garantías. La reacción del PSOE (“No ha sido inútil. Hemos conseguido quitar de la circulación a un presidente que no era digno de presidir esta Comunidad”) descubre la tramoya del caso. El intento por subvertir la expresión de la voluntad mayoritaria de los valencianos. Objetivo conseguido. Camps no volverá a ser su presidente. Al menos, podrá mirarles a la cara. No es un delincuente.

viernes, 20 de enero de 2012

Se despojó de la toga

   Desde hace tiempo, todo en Garzón es impostura. Como ese gesto de intentar vestir la toga para declarar desde el banquillo de los acusados, olvidando que fue él mismo quien se despojó de ella saltando a la política, el partidismo declarado y el verbo mitinero. Su desmedida ambición le llevó a encarnar los tres poderes que Montesquieu diseñó separados como garantía frente al despotismo y cuando decidió recuperarse como juez neutral ya era tarde. Había perdido para siempre el ropaje de la imparcialidad, esa toga con puñetas que no se le dejó lucir para evitar la imagen de otra estafa más. La de quienes pretenden hacernos creer que Garzón es víctima de una conspiración por perseguir la corrupción. No es verdad. Aunque griten. Garzón se arriesga a ser expulsado de la judicatura por cometer el delito más grave del que se puede acusar a un juez: la prevaricación. Comportarse de forma injusta a sabiendas. Violando las sacrosantas garantías constitucionales de cualquier procesado, por indeseable que sea. “Desaparecida, afortunadamente, en nuestro derecho la facultad de obtener la confesión forzada del culpable a través de la tortura, la generalización de la intervención de las comunicaciones de los imputados con sus abogados permitiría renacer ese método inquisitorial”, afirman los magistrados en el auto que anuló las escuchas del colega imputado.
   Viéndole ahora en el banquillo, unos disfrutan con su destino de alguacil alguacilado; otros proclaman su persecución. Odios africanos y adhesiones inquebrantables. Mal asunto cuando se trata de quien debe aplicar la ley, y solo la ley, aunque hace tiempo que Garzón parecía entregado al doble juego de juez y parte. Como Camps y Urdangarín, Blanco, Matas, la Pantoja y cualquier otro español, Garzón está siendo juzgado con las garantías que él (presuntamente aún) no respetó para sus investigados. Aguardemos sentencia.

LA RAZÓN, 20/01/2012

viernes, 13 de enero de 2012

Donde dije digo, digo impuestos

Historia y convicción

   "¿Qué aporta su Gobierno a los mercados que no aportara el de Zapatero?", preguntó el presidente de la agencia EFE a Rajoy. "Aportamos nuestra historia, nuestra convicción", respondió el presidente. En la historia de los Gobiernos del PP está siempre la herencia socialista. Llegó Aznar en el 1996 con el paro en el 23 por ciento, como ahora Rajoy; con el déficit público en el 7 por ciento del PIB, casi como ahora también; la deuda pública aproximándose al 70 por ciento del PIB, situación similar a la de hoy; y España no cumplía ninguno de los cuatro requisitos para entrar en el euro como socio fundador de un club del que ahora Zapatero nos ha colocado en la puerta de salida. Ocho años después, en 2004, Europa hablaba del milagro económico español. Hasta aquí una historia de éxito. De sobra conocida.
   Pasemos a las convicciones. El milagro no fue tal. Nada ocurrió por casualidad. Fue el resultado de políticas acertadas aplicadas con determinación, entre las que existía la convicción de que subir los impuestos no contribuye a dinamizar la economía, el crecimiento y la prosperidad. De hecho, la factura fiscal de los hogares españoles se redujo un tercio entre 1996 y 2004. Porque, como se lee en el libro que compila las decisiones de aquellos años, “España, claves de prosperidad”, firmado por el hoy ministro Luis de Guindos y prologado por el ex presidente Aznar, “cualquier libro de teoría económica alertaría sobre los riesgos, en cuanto a las posibilidades y la velocidad de la recuperación, de un incremento de impuestos”. Y cita el caso del aumento fiscal de Japón a finales de los 90 como “claro ejemplo práctico de un error que se debe evitar”. Entonces. Y ahora.

LA RAZÓN, 13/01/2012

viernes, 6 de enero de 2012

En la encrucijada

   Las cuentas del Estado funcionan como las de cualquier familia. Si gasta más de lo que ingresa es porque alguien se lo presta. Y si llega un momento en que nadie lo hace o no puede soportar que lo haga a un interés cada vez más elevado, sólo tiene una alternativa a la insolvencia: reducir gastos.

   El Gobierno se estrenó con un ajuste que reduce el gasto público en 9.000 millones y aumenta los ingresos en otros 6.000 gracias a una subida de impuestos que pone su credibilidad en riesgo. No sólo porque entre en abierta contradicción con su discurso anterior, sino por el reparto que propone del esfuerzo. Endosa al contribuyente el 40 por ciento del sacrificio mientras el Estado se apretará el cinturón en una cantidad que apenas supone el 3 por ciento del presupuesto. Recuerda a esa familia en apuros que reduce sus gastos de forma irrisoria a la vez que sigue sacando dinero a los parientes que no pueden negárselo.

Rajoy está comprometido con la reducción del déficit al 3 por ciento en 2012. Son 33.000 millones. Los bolsillos privados no van a poder seguir soportando el 40 por ciento del sacrificio. La vicepresidenta anunció ayer «medidas extraordinarias». Que nadie se engañe con demagogias fáciles, porque las cuentas no salen. Hay que podar una administración elefantiásica de empresas y empleados públicos, duplicidades interesadas, despilfarros y subvenciones sin fin. Pero el 75 por ciento del presupuesto se va en pagar pensiones, Sanidad, Educación y desempleo. De Guindos puso el dedo en la llaga: el Estado del Bienestar ha entrado en una deriva insostenible. Así que hay dos alternativas: renunciamos a parte de lo que disfrutamos o ponemos a trabajar ya a cinco millones de españoles para que nos ayuden a pagarlo.

LA RAZÓN, 6/01/2012