jueves, 27 de febrero de 2014

La España real



  En un lúcido ensayo, Jean-François Revel planteó a finales de los ochenta una tesis que sigue siendo válida. La dificultad para ver las cosas como son y actuar juiciosamente no se debe a la falta de información. La información abunda y ahora más que nunca está al alcance de cualquiera. Hay casos complejos en los que no siempre sabemos todo lo que necesitaríamos para comprender y actuar. Pero son más los ejemplos de situaciones en que juzgamos y decidimos fundándonos en informaciones que sabemos falsas, o sin querer tener en cuenta informaciones totalmente ciertas. El enemigo del hombre, como siempre, está dentro de él. “Pero ya no es el mismo: antaño era la ignorancia, hoy es la mentira”, concluye Revel en “El conocimiento inútil”. 
   Entre los defectos de Rubalcaba no está la ignorancia, pero optó por presentarse ante Rajoy como notario de “la España real” con un inventario de calamidades que parecían más propias de Benín. Rubalcaba encarna una impotencia: ejercer de oráculo de la realidad cuando su empeño en ocultarla otrora agudizó nuestros padecimientos. ¿Ha leído a Solbes? “Sabíamos que dañaríamos a España y a los españoles”. La frase pertenece al libro que relata el engaño de aquellos gobiernos en los que participaron. 
  Rajoy recibió una nación abocada a un rescate dramático. Es pronto para aventurar si, tras doblar el embravecido Cabo de Hornos con sacrificios que dejarán secuelas, disfrutaremos de un Pacífico abierto. Rajoy no lo ha hecho. Su prudencia se llama 6 millones de parados. Pero negar que el horizonte ahora es distinto al de hace un año sólo obedece al interés de quienes pretenden sobrevivir a sus propios fracasos logrando que la mentira sustituya a la verdad.

LA RAZÓN, 27/02/2014

jueves, 20 de febrero de 2014

Buenismo y náusea

   El PSOE se libró de Zapatero, no del mal que le inoculó: el síndrome de Pangloss. Aquel optimismo antropológico del presidente satirizado por Voltaire en “Cándido”, según el cual basta acudir a las palabras adecuadas para que todo vaya bien en el mejor de los mundos posibles. Algunos lo llaman buenismo. Se define como la incapacidad para afrontar la realidad. Tal cual es. Sin disimulos, engaños ni invocaciones a cómodos ideales prêt-à-porter. La realidad en toda su complejidad, la que debería de ser objeto de la acción política responsable, suplantada por las buenas intenciones. Incomprensible en un partido que ha gobernado tanto tiempo. Que, al parecer, aspira a volver hacerlo. Demostración, en cualquier caso, de que el PSOE se ha vuelto permeable a la demagogia más allá de lo tolerable en un partido de oposición. 
    Sin respuestas válidas para problemas complejos, esta carencia retrata al PSOE en cada ocasión, ya sea la crisis económica o la migratoria. Busca réditos en la estrategia sentimentalista de la política reducida a la impostación de emociones; exhibe insolvencia, cuando no hipocresía, a la hora de las soluciones. Si tiran de buenismo, creen que basta proclamar los derechos sociales para que estos puedan ser disfrutados, sin preocuparse de cómo crear la riqueza que debe financiarlos; su hipocresía queda al desnudo al recordar qué hicieron cuando la realidad les despertó con telefonazos de Obama y Merkel. La doblez socialista está siendo expuesta hasta la náusea con la tragedia de Ceuta: cándida para hacernos creer que los buenos deseos tienen efecto mágico para traernos el mejor de los mundos posibles; farisea cuando olvida sus alambradas, sus pelotas de goma y los muertos en la frontera que tampoco ellos pudieron evitar.

LA RAZÓN, 20/02/2014

jueves, 13 de febrero de 2014

Con razones y mayoría

   Fue en el debate, no en la votación secreta que había planteado como trampa, donde el PSOE salió derrotado. Seguramente en el centro-derecha sociológico no exista con la reforma del aborto la unanimidad robusta que expresó la votación, pero no hay que recurrir a la zafiedad de “en mi coño y en mi moño mando yo” de la diputada Embeita para comprobar cómo ante un asunto capital alguna izquierda española es incapaz de ir más allá del mitin faltón y el exabrupto panfletario. Bastaría escuchar al socialista Paco Vázquez para desnudar la falacia izquierdista de que el aborto sólo puede ser combatido desde posiciones religiosas. Gallardón ha planteado una valiente reforma en defensa de la vida. Es un proyecto progresista. Defiende a los más débiles de voluntades absolutas convertidas en falsos derechos (“Nosotras parimos, nosotras decidimos”). En democracia, las leyes son resultado de la voluntad de la mayoría libremente expresada. Pero “una cosa no es justa por el hecho de ser ley; debe ser ley porque es justa”, advirtió Montesquieu. En la reforma del aborto, el PP tiene de su lado la mayoría y la causa. No obliga a ninguna mujer a ser madre, no castiga a nadie y defiende al inocente de circunstancias ajenas que no deben condenarle a ser víctima de un crimen. 
   Los avances de la ciencia y de la medicina aportan cada día más argumentos a la defensa de la vida humana desde su concepción. Acumula el PP razones y capital político para que, si demuestra voluntad, España avance en este camino sin dejarse acomplejar por esa izquierda deshumanizada que utiliza el aborto como arma arrojadiza en un debate que desborda las trincheras ideológicas.

jueves, 6 de febrero de 2014

Equidistancias

   Los principios obstaculizan la política pragmática que hace de la conquista y conservación del poder un fin en sí mismo. Son tiempos de sumisión demoscópica. Y está mejor valorada la apelación al diálogo que la esforzada custodia de la verdad. Toda expresión de tolerancia se antoja más democrática que una posición de firmeza, por anclada que esté en defensa de la libertad. Lo llaman moderación, pero es equidistancia. Vergonzante y acobardada equidistancia. Susana Díaz esta semana en Cataluña, por ejemplo. Entre separatistas (Mas y los suyos) y separadores (Rajoy, of course) están los socialistas, faltaría más. Como si existiera posición intermedia entre quien desafía la soberanía nacional y quien le planta cara desde la legalidad. Nada nuevo bajo el sol. Díaz es el PSOE de siempre. El que subordina la cuestión nacional a la estrategia electoral de cada momento. El que aún en asuntos medulares prefiere ponerse de perfil para situar al PP en la intolerancia. Sea con la secesión catalana o la política antiterrorista. Lo ha escrito Savater: antes la firmeza era de derechas por intransigente; ahora que ETA no mata, la firmeza es de extrema derecha por innecesaria. 
   La habilidad del PSOE para equidistar siempre entre extremos por él imaginados tiende varias trampas al PP. La primera, conceptual: asumir que la moderación es una virtud más allá del temperamento. La segunda, política: aceptar que el centro se halla entre límites establecidos por otros. La tercera, de contagio: advertido ya en Javier Maroto, alcalde de Vitoria, cuando desacredita al nuevo partido de sus excompañeros Ortega Lara y Abascal como cobijo para “herederos de Blas Piñar”. El tópico del pasado franquista que comparten proetarras y PSOE cuando atacan al PP. Vaya coincidencia.

LA RAZÓN, 6/02/2014