«El actual presente será luego pasado», cantaba Bob Dylan en los 60. Como entonces, los tiempos están cambiando. Para todos. El modelo de bienestar asentado en el crédito sin fin, los derechos expansivos y las obligaciones menguantes, toca a su fin. Se agota esa ficción a través de la cual todo el mundo se esfuerza en vivir a expensas de todos los demás. Nos va a costar aceptarlo. Somos el país de Europa que más confía en el Estado para resolver nuestros problemas y 7 de cada 10 jóvenes confiesan que aspiran a un empleo de por vida en la Administración pública.
Reaccionarios al cambio siempre hay. Hoy, paradojas de la vida, son precisamente los autodenominados progresistas: esa izquierda residual anclada en el comunismo, esta socialdemocracia sin respuestas a la crisis que se refugia en aquella y unos sindicatos volcados en la acción política y la defensa de sus intereses de casta. Todos salieron ayer a la calle para apuntalar con el piquete un orden que desaparece y levantar la barricada frente a un futuro que les condena a la irrelevancia. «Vuestro camino envejece rápidamente. Por favor, salir del nuevo si no podéis echar una mano», cantaba Dylan. Porque no hay derechos que valgan sin trabajo y terminaremos repartiendo miseria si somos incapaces de recuperar la senda de la prosperidad.
La inmensa mayoría de los españoles rechazó ayer la huelga general. Acudieron a trabajar todos los que pudieron, y lo hubieran hecho los que razones ajenas a su voluntad se lo impidieron. El Gobierno sigue teniendo su confianza para avanzar en las reformas. No hay otro camino, por doloroso que sea para una sociedad acomodada en el paternalismo público. Pero haría bien en fortalecer sus flancos más débiles: la pedagogía y, sobre todo, la ejemplaridad.
Reaccionarios al cambio siempre hay. Hoy, paradojas de la vida, son precisamente los autodenominados progresistas: esa izquierda residual anclada en el comunismo, esta socialdemocracia sin respuestas a la crisis que se refugia en aquella y unos sindicatos volcados en la acción política y la defensa de sus intereses de casta. Todos salieron ayer a la calle para apuntalar con el piquete un orden que desaparece y levantar la barricada frente a un futuro que les condena a la irrelevancia. «Vuestro camino envejece rápidamente. Por favor, salir del nuevo si no podéis echar una mano», cantaba Dylan. Porque no hay derechos que valgan sin trabajo y terminaremos repartiendo miseria si somos incapaces de recuperar la senda de la prosperidad.
La inmensa mayoría de los españoles rechazó ayer la huelga general. Acudieron a trabajar todos los que pudieron, y lo hubieran hecho los que razones ajenas a su voluntad se lo impidieron. El Gobierno sigue teniendo su confianza para avanzar en las reformas. No hay otro camino, por doloroso que sea para una sociedad acomodada en el paternalismo público. Pero haría bien en fortalecer sus flancos más débiles: la pedagogía y, sobre todo, la ejemplaridad.
LA RAZÓN, 30/03/2012