¿Por qué de un tiempo a esta parte sólo las manifestaciones de la izquierda política y social acaban en disturbios cada vez más violentos? Durante los gobiernos socialistas también se protestó en la calle contra la política de Zapatero con ETA, o en defensa de las víctimas del terrorismo, de la familia y de la vida desde su concepción. Ninguna tuvo que lamentar nunca altercados no deseados. No. No son “los de siempre” los que terminan convirtiendo la calle en un experimento de guerrilla revolucionaria. Como si “los de siempre” fueran grupos anónimos e incontrolados necesariamente ajenos a la organización de la protesta. Es el mismo espíritu de la protesta el que en ocasiones convierte el legítimo derecho de manifestación en plataforma “legalizada” para fines golpistas. Lo vimos el sábado en Madrid. Sólo había que escuchar a sus portavoces. Bajo el beatífico reclamo de la dignidad, venían a conquistar en la calle el poder negado en las urnas. Lo proclamaban sin tapujos, con el descaro que caracteriza a los de fe totalitaria. Y lo hacían jaleados por esos altavoces mediáticos que comparten responsabilidad en lo que era una auténtica insurrección contra el orden democrático libremente establecido. Con todo, las marchas se autorizaron.
El fallecimiento de Suárez ha permitido a España mecerse durante tres días en la nostalgia del espíritu de concordia. Qué lejos está la izquierda de Cayo Lara, Willy Toledo y el asaltacaminos de Marinaleda de aquella que, con coraje y serenidad, escribió junto a Suárez y el Rey la página más brillante de nuestra historia reciente. La izquierda de hoy deshace el camino andado y vuelve a creer que en democracia hay atajos hacia el poder sin el peaje de las urnas.