jueves, 28 de noviembre de 2013

El dilema

   Zapatero descubrió aquellos 600 días de vértigo narrados en sus memorias que tras la retórica siempre emerge la realidad. Cruda e inapelable. Funcionando al margen de los deseos, por bienintencionados que sean. Por prometer, uno puede prometer la luna, pero generará frustración colectiva cuando se demuestre la imposibilidad de conseguirlo. Lo deseable y lo posible. El eterno dilema de la acción política responsable. A veces, sin camino intermedio, como Zapatero aquél 12 de mayo: “O recortabas, o podías alimentar la espiral de la falta de solvencia”. 
   Quebrado Zapatero por un golpe de realismo, Francia aupó a Hollande. “La gran esperanza de la izquierda europea”, dijo Rubalcaba. Demostraría que una salida socialdemócrata a la crisis era posible. Hoy está hundido en las encuestas y tiene a Francia con todas las alertas en rojo por su resistencia a contradecirse y liberar una economía ocupada por el Estado. El fracaso de Hollande es del PSOE, con o sin la “ola de cambio” de Susana Díaz. El de una socialdemocracia inmadura para encarar la realidad sin el infantilismo que la incapacita para entender lo evidente: que no habrá estado del bienestar alguno si no generamos la riqueza suficiente para financiarlo. Ya podemos proclamar como derechos todas las necesidades que saquemos a subasta en el bazar populista de la democracia pervertida. Serán papel mojado. 
   Ofrecer un bienestar mayor del que podemos pagar es demagogia tóxica. El espejismo que nos trajo hasta aquí. Por eso sorprende que en la compleja tarea de recuperar el crecimiento, mientras unos arriesgan su capital político con reformas tan necesarias como impopulares –hoy Rajoy, ayer el Zapatero de 2010-, otros sólo obstaculicen caminos transitados con normalidad por la socialdemocracia en Alemania, Suecia, Holanda…

LA RAZÓN, 29/11/2013

lunes, 25 de noviembre de 2013

Ciudadanía abdicada

 Por su interés, reproduzco íntegro el artículo que Joseba Arrgi, ex consejero del Gobierno vasco y ensayista, ha publicado hoy en EL MUNDO.  

   No cabe duda de que vivimos momentos confusos. Los momentos eran ya confusos desde el punto de vista político antes de la crisis. Con la crisis, la confusión no ha hecho más que crecer y algunos elementos que conforman la confusión se han agravado. Por mucho que se nos diga que vivimos momentos de retroceso de la religión, de secularización creciente, de laicidad cada vez más completa, la verdad es que el mito del chivo expiatorio sigue plenamente vigente: siempre tiene que haber algún culpable que nos purifique de nuestras responsabilidades y simplifique la complejidad. 
   Parece que aún no hemos aprendido a pensar de forma sistémica: si un sistema entra en crisis, es el sistema en su conjunto el que entra en crisis, todas sus partes y todos sus elementos están afectados por la crisis, la crisis se manifiesta en cada elemento del conjunto, y no sólo en algunas partes del mismo. Hoy es el sistema político-económico-cultural el que está en crisis, en todos sus elementos. Pero jugamos con la idea de que la crisis está sólo en alguna parte del sistema, pero que no afecta al resto, no nos afecta a nosotros. Mejor dicho: que nos afecta, pero sin que seamos responsables de ello, porque nosotros, nuestra forma de pensar, nuestra forma de actuar, nuestra forma de comprar, de votar, de relacionarnos, de entender los derechos no son parte activa de la crisis, sino sólo pasiva. 
   Hace ya algunas décadas que la sociología americana desarrolló la idea de que el capitalismo había cambiado, y con él la cultura que le dota de significado, pasando de un capitalismo de producción a un capitalismo de consumo, y pasando de una cultura capitalista ascética, a una cultura hedonista, de valores subjetivos, post-materialista como se decía, siendo lo material el valor de la producción. Si a este cambio socioeconómico y cultural se le añade la transformación todavía más profunda de la economía con la consecuencia de que el sector manufacturero ha pasado a contribuir de forma muy limitada al PIB -alrededor del 15% en el caso de los EEUU de América-, con un crecimiento enorme del sector de servicios, dividido entre los servicios muy cualificados, de alto valor añadido y con capacidad de generar importantes ingresos por un lado, y los servicios que requieren poca o muy poca cualificación, con poco valor añadido y mal pagados, nos encontramos con que la infraestructura productiva, económica y social que sostenía y explicaba la estructura política de los estados nacionales occidentales ha cambiado radicalmente, con que los partidos de masas de esa estructura política han perdido su base social y material, y con que el conjunto del sistema está desanclado. 
   El sistema político de las sociedades modernas se encuentra, pues, con que ha perdido la base socioeconómica tradicional en la que se sustentaba, los partidos de masas están sin anclaje social, y los ciudadanos han heredado la cultura consumista repleta de valores hedonistas, post-materiales, la cultura subjetivista que sólo sabe articularse transformando los deseos en necesidades, y las necesidades en derechos. En una situación así los culpables, porque son algo más que responsables, siempre son los demás, además los demás entendidos como personas individuales, los políticos, los banqueros, el mercado imaginado como un monstruo personal omnipotente ante el que han abdicado el resto de elementos del sistema.
   Los movimientos que suscita la situación política actual agravada por la crisis son movimientos de personas instaladas en esa cultura del capitalismo post-industrial, del capitalismo de consumo, de una cultura capitalista post-materialista, subjetivista y hedonista. Todo son derechos, el estado tiene la obligación de satisfacerlos, los políticos están para que el estado satisfaga esos derechos, y si es necesario, debe anular las leyes del mercado para que esa satisfacción se produzca. Son movimientos articulados en torno a exigencias, a demandas, a reclamación de respeto de derechos adquiridos. Son movimientos que exigen la satisfacción inmediata de lo que reclaman -democracia YA!- al modo como los infantes exigen la satisfacción inmediata de sus deseos y necesidades. Son movimientos que, a veces, dan a entender que buscan el cambio de modelo. Se puede entender que plantean el cambio de sistema, que son, por lo tanto, revolucionarios. Pero esta palabra, revolución, no se escucha, lo que da a entender que la exigencia de cambio de modelo no se refiere a un radical cambio de sistema, sino a la conquista y ejercicio de poder dentro del sistema existente. 
   Es necesario, dicen, defender el estado de bienestar que tanto ha costado conseguir. Pero el estado de bienestar, como lo dice la palabra misma, bien-estar, requiere un grado suficiente de riqueza. Y el bienestar está relacionado con la riqueza que es capaz de producir una sociedad. Si una sociedad se permite mayor bien-estar que lo que es posible con la riqueza que produce, debe endeudarse. Y quien se endeuda debe pagar, antes o más tarde, sus deudas. Y quien se endeuda, se pone a sí mismo, en parte al menos, en manos del acreedor. Y todos los acreedores saben que el sistema funciona si existe confianza en que las deudas serán pagadas. En caso contrario no se presta, no es posible el endeudamiento. Y tampoco un bienestar por encima de la riqueza producida. 
   Una crisis política y económica, además de cultural, profunda como la actual, requiere que los elementos principales del sistema sean conscientes de los cambios profundos que se han producido en la base socioeconómica del sistema mismo. En su libro Une si longue Nuit, L'apogée des régimes totalitaires en Europe 1935-1953, Stéphane Courtois escribe: «Si Italia antes de 1922, Alemania antes de 1933, Rusia antes de 1917, China antes de 1949 representan efectivamente estadios muy distintos de evolución económica, también ofrecen la característica común de haber practicado formas de movilización de masas que se parecen a la democracia sin haber conocido, salvo episodios breves, el sistema representativo liberal tal y como ha funcionado en períodos largos en Francia, Inglaterra y en los EEUU. En este sentido, el totalitarismo es quizá la democracia menos el sistema representativo liberal; sería en definitiva el producto de lo que Trotski ha llamado la revolución permanente, es decir, el paso brutal de las sociedades antiguas a la política de masas saltando el escalón esencial de la democracia burguesa». 
   La democracia representativa, repito, ya no se asienta en intereses colectivos claramente definidos por la estructura socioeconómica. La base de la representatividad es más débil: el sector conservador-liberal apela a los sectores emprendedores y capaces de producir riqueza, mientras que los sectores de izquierda-progresista apelan a los sectores consumidores del bienestar permitido por la riqueza producida. 
   Pero unos y otros están sometidos a infinidad de exigencias provenientes de grupos de intereses difícilmente generalizables y que convierten la gestión política en un galimatías que cada vez requiere más de la capacidad de los responsables políticos de distinguir los fundamentos del acuerdo constitucional que sustentan la voluntad de creación de una comunidad política, y que deben estar a salvo de juegos y frivolidades, la garantía de los derechos y libertades fundamentales que para ser universales deben ser pocos, como decía Michael Walzer, y el resto de derechos y cuestiones políticas más sometidas al albur de mayorías cambiantes, no pocas veces circunstanciales y fruto de acuerdos más allá de las líneas claras de los principios dogmáticos. 
   Todo ello, sin embargo, requiere de ciudadanos que no abdiquen de sus responsabilidades políticas, que incluyen necesariamente las obligaciones. Una ciudadanía responsable debe ser una que interioriza que un sistema no puede funcionar si unos, los más exigen, y otros, los menos están obligados a rendir. Una ciudadanía responsable debe saber que no existe bien-estar si antes no se produce la riqueza que lo hace posible. Una ciudadanía responsable debe saber que es una trampa mortal para cualquier sistema democrático transformar los deseos en necesidades, las necesidades en derechos, y los derechos, a poder ser, en derechos humanos para que nadie los pueda cuestionar. 
   Mucho me temo, sin embargo, que la crisis que estamos viviendo aún no va a servir para reflexionar sobre estas cuestiones.

Joseba ARREGI

jueves, 21 de noviembre de 2013

Sin máscara

   Cuenta Teo Uriarte que cuando Josu Ternera envió la carta a Zapatero planteándole abrir el proceso de paz, el presidente, entusiasmado, le confesó a un ex político vasco: “¡Quieren hacer política!”. Éste agarró entonces de la manga a Zapatero y le respondió: “Presidente, ¡nunca han dejado de hacer política!”. Eso ha sido ETA siempre: un proyecto político. Liberticida, excluyente y de ruptura de España. Mató mientras creyó que así alcanzaría sus objetivos, dejó de hacerlo cuando entendió que las treguas le favorecerían y aprovechó la ocasión histórica que un presidente infantiloide le brindó para convertir una derrota real propiciada por la determinación policial y la fortaleza de la ley en una oportunidad estratégica para superar su debilidad. Que los pistoleros más sanguinarios salgan ahora de la cárcel acompañados de violadores y psicópatas no es prueba de la derrota de ETA. En todo caso, lo es de una democracia acomplejada durante años en el castigo del crimen. Pero el proyecto totalitario de ETA sigue ahí. Ahora avalado por las urnas. Tan legítimo como cualquier otro, pues. Tanto que el presidente de Sortu ya no necesita máscara: “La decisión que HB tomó hace 35 años fue acertada. No estamos dispuestos a rechazar ni revisar nada de aquello. Reivindicamos lo que fuimos y lo que somos, lo que hicimos y lo que hacemos”. ¿Derrotados? Su proyecto ideológico avanza en una sociedad que, huérfana del liderazgo para combatir las imposiciones proetarras en “la resolución del conflicto”, flojea en sus resortes morales y comienza a asumir la exculpación del terrorismo y la renuncia a la crítica del pasado como condiciones para la convivencia. Que entonces será pacífica, no libre.

LA RAZÓN, 21/11/2013

lunes, 18 de noviembre de 2013

El Mesías Mas

   Todo en Artur Mas es delirio e impostura para atizar la ignorancia populista en la que cimenta su sedición. Marchó a Israel para identificar la historia del pueblo judío con la del catalán. Ambos víctimas por su derecho a la diferencia. Por ser diferentes los judíos han sido secularmente perseguidos y despojados de su condición humana. Hubo quien intentó exterminarlos con un programa de aniquilación industrial. Es obvio que ningún catalán resulta perseguido por serlo. Pero Mas está en la tarea de pregonar su nación imaginada urbi et orbe. En su cita con Peres, una frase del presidente israelí (“La igualdad de derechos incluye el derecho a ser diferente”), esencia de la libertad individual que permite a un judío no ser nunca más carne de horno crematorio, sirvió al presidente catalán para arrimar el ascua a su falsa sardina: “El derecho a ser diferente incluye el derecho de Cataluña a ser ella misma”. Esta es la impostura. Reclama para Cataluña lo que niega a los catalanes: el derecho a no ser atropellados por el rodillo uniformador. A estudiar en español si lo desean. A rotular su negocio como mejor consideren. En definitiva, a no sentirse excluidos en su propia tierra.
   Con razón lamentó Mas en el Museo del Holocausto que su proyecto independentista haya sido comparado con el nazismo. Así se banaliza el mal. Pero la máscara democrática de su alzamiento solo es salvoconducto para ingenuos. “La vida se extingue allí donde existe el empeño de borrar las diferencias y las particularidades”, escribe Grossman en “Vida y destino”. Eso es el totalitarismo. Está incubado en ese nacionalismo que cree haber encontrado en Mas a su Mesías. 

LA RAZÓN, 16/11/2013

viernes, 15 de noviembre de 2013

Troya, otra vez

 
 
   Primero, los hechos. La doctrina Parot está derogada y los asesinos salen de la cárcel en oleadas, con esa sonrisa prepotente que humilla a las víctimas y se burla de esta democracia estúpida, tan tolerante siempre con sus enemigos. La ley de partidos está desactivada y se ha permitido lo que pretendía evitar: que el proyecto totalitario de ETA fuera legitimado por las urnas, convirtiéndose en una opción política más, llámese Batasuna, Sortu o Bildu, siempre los mismos perros con distintos collares. De Juana Chaos fue excarcelado por motivos humanitarios y hoy es prófugo de la justicia. Fungairiño fue sustituido por Cándido Pumpido para que los jueces se mancharan las togas con el polvo del camino… Todas éstas eran condiciones que ETA exigió a Zapatero durante la negociación. Todas se han cumplido. Es verdad: ETA ya no mata. A la vista de los resultados, cuesta creer que dejara de hacerlo sin “ningún tipo de concesión política”, como proclamó Rajoy tras el celebrado comunicado de la banda terrorista. 
   Es un proceso infame el que está culminando. De impunidad escondida tras un velo de pulcra legalidad. De debilidad disimulada con buena voluntad. Ni siquiera el dolor de las víctimas, ahora abandonadas y maltratadas en su dignidad con una falsa compasión, es comparable a la estafa que se está cometiendo con nuestra democracia. Acabaremos lamentándolo. Bildu está sustituyendo ya concejales por proetarras sin careta que no fueron en las listas blancas. Se ampara en la ley que en su día permitió a PP y PSOE cubrir las vacantes de los suyos que renunciaban por miedo. Paradojas de estos nuevos tiempos donde el Caballo de Troya está dentro. Otra vez.

LA RAZÓN, 15/11/2013

jueves, 7 de noviembre de 2013

Pobres de nosotros...

   El PSOE está desconcertado. No entiende tanto desafecto cuando encarna todo lo bueno que nos ha pasado y también lo que nos queda por disfrutar. “Ningún avance social experimentado por la humanidad puede ser explicado sin la participación directa o la influencia decisiva de los socialdemócratas”, leo en su ponencia política. Y, sin rubor alguno, citan, entre otros ejemplos, la abolición de la esclavitud, que como todo el mundo sabe fue obra de un socialista llamado Abraham Lincoln, fundador del Partido Republicano, sí, esa formación ultra y de gatillo fácil que agrupa a la derecha norteamericana.
   Con esta capacidad de autocrítica celebran los socialistas este fin de semana una conferencia para actualizar su ideario y recuperar la confianza de los españoles. Como su gestión de la crisis es reciente, está en la memoria viva de todos y no puede ser manipulada con la reescritura del pasado, la ponencia cede un par de paginitas a reconocer errores limitados a “la falta de convicción y explicaciones de las medidas adoptadas” entonces. Vamos, que congelar las pensiones y bajar el sueldo a los funcionarios por primera vez en la historia fue necesario, aunque mal comunicado, cuando el PSOE gobernaba, pero es intolerable si, con el PSOE en la oposición, otros revalorizan las pensiones un 0,25 en vez de congelarlas y los sueldos públicos no suben en lugar de reducirse.
   Es la celda que atrapa al PSOE: su falta de credibilidad. De ahí no se escapa con 400 páginas de verborrea buenista. Por mucho que desde su engreída atalaya moral nos amenacen con el fuego eterno de “un mundo que sería peor sin el poder transformador de la socialdemocracia”. Pobres de nosotros…

LA RAZÓN, 7/11/2013