jueves, 5 de junio de 2014

Un debate tramposo

   Cayo Lara no tiene la coleta del telepredicador del nuevo paraíso comunista, pero con su camiseta multicolor (según la “marea” que toque promocionar cada día), compite con Pablo Iglesias en despachar barbaridades liberticidas al amparo de la monarquía parlamentaria que protege su derecho a no ser tratado como cualquier venezolano crítico con la república bolivariana. Ni Lara ni Iglesias podrían ponerse tan estupendos en la agitación subversiva en sus repúblicas idealizadas. Aquí podemos, vaya si podemos, pero en Venezuela, en Cuba o en Corea del Norte, los ciudadanos reducidos a súbditos no pueden: simplemente aguantan, soportan y tragan. Su disidencia tiene un precio: la cárcel, cuando no la muerte. Tampoco hay lugar para la protesta en monarquías como las del Golfo, sátrapas bañados en petróleo que compran el silencio de las democracias occidentales con sus atractivas oportunidades de negocio. Hay monarquías despóticas, cuasi-medievales, y repúblicas irrevocablemente democráticas, como la norteamericana, tan despreciada por los activistas del republicanismo español como un sucedáneo del fascismo cuando son los republicanos estadounidenses quienes gobiernan. Así que los Lara y los Iglesias de turno sólo son republicanos en la medida que se lo permite su sectarismo ideológico, pero pretenden empujarnos a todos a un debate tramposo. ¿Monarquía o república? Pues según lo que envuelvan cada una. De los diez países más desarrollados del planeta, seis son monarquías parlamentarias. Como Lara e Iglesias formarían parte de la casta autoritaria en las repúblicas de Cuba y Venezuela, entiendo que las prefieran a Inglaterra, Holanda, Suecia o España, modélicas democracias coronadas donde nadie ni nada está por encima de la voluntad popular. Solo es necesario conformar la mayoría. El detalle que nuestros republicanos quieren ahorrarse. De ahí sus algaradas.

LA RAZÓN, 5/06/2014

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